Tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, que fue la consecuencia de un conjunto de políticas equivocadas que permitieron que las viviendas se convirtiesen en activos especulativos, la construcción residencial se desplomó, como es natural. En parte, por la propia parálisis económica y financiera, y en parte, también, por la gran oferta de inmuebles que había quedado sin vender. De los más de 800.000 pisos construidos en 2006 -una oferta que superaba a la de Francia, Alemania e Italia juntos-, se pasó a poco más de 90.000 en 2010. El crash inmobiliario fue en buena medida el causante de la subida insoportable del desempleo hasta los seis millones de parados, casi la mitad de los cuales provenía de aquella actividad. Y ya se dijo entonces que sería imposible salir del pozo de la crisis sin recuperar el sector construcción, ya ajustado a la demanda real, que es de alrededor de las 300.000 viviendas anuales. En efecto, la construcción comienza a repuntar, y este año se construirán, según el propio sector, entre 100.000 y 175.000 viviendas.
En buena medida, esta resurrección se debe a que los bancos han comenzado a ofrecer de nuevo créditos hipotecarios con cierta facilidad. Cuando estalló la burbuja, los expertos alertaron sobre el riesgo de que se reprodujera el fenómeno si no se adoptaban las cautelas adecuadas, por lo que convendría que en el próximo futuro el crecimiento de la construcción vaya acompañado de una regulación que module el mercado y prevenga futuros recalentamientos.